Pedagogía de la Memoria

Creemos que la Pedagogía como señala Inés Dussel, no debe ser pensada como un camino o como el mejor modo de trabajar las estrategias más eficaces de transmisión de las memorias del pasado reciente, sino más bien, que la pedagogía debe ser un ejercicio de análisis de los discursos y las prácticas sociales que están disponibles, que circulan, nos rodean como sujetos y actores sociales del presente; y nos muestran cómo estamos atravesados por lo dominante, y al mismo tiempo cómo somos otro distinto que lo dominante. Es así que, evidentemente, no hay una única Memoria sino memorias en plural, que son objeto de disputa política, cultural, histórica y social donde los individuos, los grupos, las instituciones participan y construyen sentidos e interpretaciones que nunca son definitivas ni se clausuran. Es decir, se delinean en el marco de luchas y de relaciones de fuerza, que mutan y se transforman a lo largo del tiempo histórico, cristalizando en algunos momentos en relatos que logran grados de legitimidad social.

sábado, 18 de diciembre de 2010

COMPARTO ESTA CARTA DE UN DOCENTE, DE UNA ESCUELA PÚBLICA DE VILLA SOLDATI


El Viernes, 10 de diciembre de 2010 a las 10:04

Asunto: Sobre el Parque Indoamericano

Hola a todos:

Con infinita rabia y profundo dolor quiero compartir algunas palabras sobre lo que está pasando a pocas cuadras de la escuela donde trabajo.

No puedo hacer análisis macroestructurales ni quiero despotricar contra el fascista infradotado, simplemente contar que allí están, bajo toldos deshilachados y tapados por los mosquitos y el fango, las familias de tres alumnas mías.

Melanie reaparece hoy en la escuela, después de una semana, y me cuenta que su mamá y su papá, costureros de 20 horas por día, decidieron ir por un pedazo de tierra porque ya no aguantan más pagar el alquiler de $800 por las dos míseras piezas del hacinamiento donde viven con sus 5 hijas en la Villa Cildáñez. Dice que el dueño les cobra además $10 por cada día que se atrasan en la renta. "Y encima dice que es cristiano", sentencia.

Mónica me cuenta que su madre resistió todas las tinieblas de la noche desde el viernes en la precaria carpa que se armó con sus manos de obrera. Ayer no durmió bajo la lona: se la prestó a otra madre que aguantaba el viento con su niña aferrada al pecho.

Y hoy en la clase Mónica nos pregunta a todos, juro que textual: "yo no entiendo porqué la policía en vez de estar defendiendo a la gente se dedica a perseguir y matar a sus hermanos".

Aylén ya no tiene miedo. Está acostumbrada porque los domingos recibe el amanecer en La Salada, contando las monedas que le dejó el fin de semana. Siempre callada, hoy se desviste las vergüenzas para explicarnos que no hay robo y sí necesidad.

Melisa cuenta que en esos terrenos del Parque hace años que hay olor a muerto. Suele ella encontrar algunos huesos y más de una vez tuvo que escapar del horror de los cadáveres. Varios dicen que sí: todos saben que allí descartan los fiambres chorros y yutas. Ese baldío, cementerio del fin del mundo, es el "espacio público" que los hipócritas dicen defender.

Kevin nos cuenta, casi entre lágrimas, que desde su terraza de la villa 20 quiso ver, pero no pudo: lo cegó el humo de la furia y la represión.

Los demás escuchan, preguntan, comprenden porque viven igual. En medio de la intensa charla, Nicole se hace una pregunta sincera: "Yo no sé si esa es la manera de conseguir una casa".

Y Ariana impecable, vocera de muchos, comparte: "Yo tampoco sé si es la manera, pero lo que es seguro es que no lo hacen porque les gusta si no porque no les queda otra.
¿Qué harían ustedes si no tienen lugar donde vivir con sus familias?". Y vuelvo a jurar que el parlamento es casi textual.

Esto es algo de lo que pasó en el aula de quinto de la escuela 15 hoy por la mañana.
Y esto es también algo de lo que no pasó: ninguno le echó la culpa a los bolivianos, ninguno se quejó porque sí paga sus impuestos, ninguno temió porque le vayan a ocupar también el Parque Avellaneda, ninguno pensó que hay "vecinos" por un lado y "usurpadores" por el otro, ninguno pidió la policía para sentirse más tranquilo.
Eso es todo. Gracias por dejarme compartirlo.

Horacio

jueves, 16 de diciembre de 2010

Carta de Victor Heredia a su hermana, docente desaparecida.

Ah, sí. Ni la memoria ni la foto mienten: los zapatitos y el delantal blanco, tanto como las azaleas del cerco de casa. Y el lazo celeste, que sostiene la trenza y estira tu pelo negro desde la frente. Yo voy de inmaculado blanco también, pero el charol de mis zapatos es negro y recomendado, tres veces, para que no se me ocurra rayarlos durante la fiesta escolar. Todo el verde de esa mañana se abalanza sobre nosotros, que vamos de la mano calle abajo entre la polvareda que levantan los caballos de los repartidores, mientras mamá nos persigue con la mirada. Había luna también, una enorme luna diurna que insistió en quedarse junto a su ardiente compañero —vaya uno a saber la razón que esgrimiría el cosmos—, pero allí estaban ese día de banderines y escarapelas: un rayo de luna entre las hebras de tu trenza y un enorme sol destilando tu sonrisa. La memoria no miente, María Cristina.

Ese día dijiste que ibas a ser maestra, igual que aquella Lilué con alma de madrecita que nos enseñaba la Patria con mayúscula, tan cívica y azul como sus pájaros de tiza. O como el viejo Carlés, que nos alborotaba el pelo y juraba que San Martín se había llevado con él un pedazo de la dignidad argentina a Boulogne Sur Mer, para preservarla de los buitres. Tenías que ser maestra, lo confirmé temprano, con el café con leche de cada humilde mañanita nuestra, cuando te sentabas junto a mí para descifrar mis tablas de parir multiplicandos y me ponías un diez de felicidad si acertaba el acertijo, yo que siempre fui tan etéreo y olvidado de los números. Esa memoria huele a mandarinas, perfuma bajo el ardiente beso del ocaso, aquél rojo furioso que alertaba la tarde y se encaramaba con nosotros a la encina del jardín, abreviatura del cuadrado de la hipotenusa, rectángulo exacto de la infancia. Cómo te amaba. Y como te amo, mi pequeña docente. Te añoro así, tan zapatito blanco, tan trenza y guardapolvo inmaculado, sin ese rojo absurdo con que te mancharon, que no tiene nada que ver con el horizonte donde te imagino saludar cada día agitando banderas. Todavía te espero. Como deben esperar tantos a otros, con cintas azules en el pelo y banderines, piecitos inmaculados camino al cielo de los que jamás se irán de la memoria.
Me pregunto si no hubieras sido maestra en tu voluntariosa adultez, la de la militancia, la de la esperanza y las utopías, ¿qué cosa habrías sido? Y me respondo que de todos los oficios que existen en el mundo ese te iba perfecto. Lo aseguro yo, que fui tu compañero en el despertar de la conciencia. Lo afirmo yo, que tengo marcado un camino merced a las estrellas que fuiste sembrando, gota a gota, con tu sangre luminosa. Te escribo esta carta y es como si me estuviera enviando una postal al alma, porque allí está tu casa desde aquél 22 de Junio de 1976 cuando la dictadura supuso que podría vencerte. Una casa donde día a día me das lecciones sobre como sobrevivir a esta intemperie, sobre como tratar a la vida con dulzura a pesar del pretendido olvido que muchos quisieron imponer sobre tu generación de soñadores. Hermanita docente, impecable maestra de ese niño que todavía te consulta cuando el mundo desfallece y todo parece venirse abajo junto a los muros de Bagdad, junto a Aladino que ha perdido su lámpara y amontona llanto. En esta casa-alma estás, de guardapolvo blanco, con azul de bandera de escuelita de campo.

Dicen que tengo la culpa del sobreviviente, quizá tengan razón, un poco. Pero también tengo la convicción de que estás viva en cada colegial que florece en los rincones de esta patria nuestra, en cada alfabetizado. Te aseguro que ahora empiezo a ver tu sueño, creo que todos empezamos a verlo, después de tantas carpas blancas y políticos corruptos y abúlicos comienza a levantar vuelo entre nosotros. Yo digo que es tu sueño, prefiero atribuirte, como buen hermano, esa parte de savia que te corresponde cuando percibo ese florecer. ¿Falta mucho? No te quito razón. Falta mucho todavía. Pero mientras no permitamos que tu latido y el de tantos maestros de la vida se apaguen, tendremos esperanza, guardapolvos blancos, un mar de niños con cintas blancas y azules. Ese mar, esa nostalgia del futuro por la que ustedes se inmolaron, pronto será una sonrisa. Sobrevivimos para eso. No tengo dudas, hermanita.

Tu más enamorado alumno.


Víctor Heredia