“Es todo demasiado movilizante”, describió el nieto que acaba de ser recuperado, tras poner un mosaico que recuerda a sus padres en la vereda del departamento del barrio de Villa Crespo en el que vivían al momento de ser secuestrados por la dictadura.
Por Ailín
Bullentini
Un claroscuro, dice el diccionario, es el encuentro
entre lo más negro de la oscuridad y lo más blanco de la luz. Un contraste así
de fuerte enmarcó la tarde de ayer, cuando militantes, familiares, hombres y
mujeres comprometidos de alguna manera con la causa de los derechos humanos violentados
en la última dictadura se reunieron en la vereda de un edificio del barrio
porteño de Villa Crespo para colocar una baldosa que indica que en uno de esos
departamentos “vivieron Hugo Alberto Castro y Ana Rubel, militantes populares
detenidos desaparecidos por el terrorismo de Estado en la ex ESMA”. Ese hecho
oscuro que la memoria en forma de cemento obliga a recordar a quien pase por
Camargo al 200 choca fuerte con una luz intensa, la más intensa por lo
esperada, acaso: el hijo de ambos y flamante nieto recuperado, Jorge, ayudó a
instalar ese testamento coloreado que cuenta su origen. “Es todo demasiado
movilizante”, alcanzó a describir, desde la puerta de la que habría sido su
casa si el terror no se hubiese entrometido.
La baldosa es roja. Las letras que cuentan breve la
parte más urgente de la vida de Ana, Hugo y Jorge, blancas. Algunas venecitas
verdes, naranjas, brillantes, encuadran el texto que Jorge Castro Rubel
acaricia despacio, luego de enmarcar la obra con cemento. La sonrisa no se le borró
de la cara desde que ingresó a Camargo por Julián Alvarez. La juntada, mezcla
de vecinos, compañeros de militancia y cautiverio de la pareja, familiares,
miembros de organismos de derechos humanos y curiosos, lo recibió con un
aplauso. La mayoría de los presentes tenía alguna razón para saludarlo con
besos y abrazos, tenía algo para contarle o que mostrarle. “Yo fui compañero de
colegio primario de tu mamá.” “Yo soy hija de quien fue muy amigo de tu papá.
Quiero que sepas que nunca dejó de buscarlo.” “Mirá esta foto.” Jorge escuchó,
abrazó, besó, siempre con la sonrisa en la cara y su mujer aferrada fuerte de
su mano.
Así, también, escuchó a Cecilia, de Barrios por la
Memoria y la Justicia, leer los “porqué” de la baldosa en recuerdo de sus
padres, así como las anécdotas y recuerdos de quienes militaron con ellos en
las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL). Todos le hablaron a él. “La idea es
que hoy en este presente armemos todos juntos el mosaico de las vidas de Ana y
Hugo, enriquecida y completada con la aparición de su hijo”, inauguró Cecilia,
que explicó que Barrios por la Memoria “desde 2006 coloca baldosas para marcar
pasos en vida de quienes fueron secuestrados, asesinados y desaparecidos”.
La idea de homenajear a la díada Castro-Rubel llegó
a Barrios Villa Crespo desde un grupo de compañeros de militancia de la pareja.
“Somos los pocos sobrevivientes que tuvo nuestro grupo de militancia”, destacó
Nora en relación con las FAL “Bruno Cambareri”. Ella y algunos más –Eva, Vicen,
Marcela, Marta, Graciela– sufrieron el exilio, pero no dejaron de buscarse al
regreso. “Cuando nos reencontramos nos propusimos dos cosas: homenajear a los
desaparecidos de nuestro grupo y saber qué había pasado con el hijo de Ana y
Hugo”, continuó. Acudieron a sobrevivientes de la ex ESMA y a Abuelas, donde a
principios de este año grabaron videomensajes para el joven, “por si aparecía”.
“Cuando nos dijeron no solo que habías aparecido, sino que te habías presentado
vos mismo a dar muestra y que conocías y reivindicabas la lucha de tus padres,
nos dio una inmensa alegría –le dedicó a Jorge–. Tus padres estarían
reorgullosos de vos.”
Ana era “brillante, lúcida, inteligente, gran
persona”, según describieron sus compañeros. El Cabezón, como le decían a Hugo,
también. “Y solidario”, añadieron. Ana creció en Chaco. Sus compañeros de las
FAL creen que se sumó a esa organización militante setentista por influencia de
su hermano, Oscar. Estudió un tiempo administración de empresas, pero después
decidió “proletarizarse” como un paso más en su camino de compromiso “por un
mundo mejor”. Trabajó en Mazawatee, una fábrica de té. Hugo era maestro mayor
de obras y avanzó algo en su carrera de Arquitectura, pero la militancia lo
alejó de la academia, aunque no así de la universidad: “Voy a seguir viniendo
para seguir participando en política acá adentro”, contó ayer que le aseguró a
Vicente Muleiro, su amigo de la adolescencia. Parte del mismo plan fue,
también, el convertirse en obrero y se sumó a la Ford. Sus compañeros creen que
de ahí salió marcado. Poco tiempo después de haber presentado su renuncia, fue
secuestrado con Ana, panza y todo.
Ana y Hugo se conocieron militando en las FAL,
creen sus compañeros. “Militábamos las 24 horas, todo era voluntad, creación,
cambiar el mundo, sentirnos parte de la gesta que se estaba dando. Decidimos
que íbamos a tener hijos e íbamos a cuidarlos porque íbamos a ganar, con todo
el apasionamiento que teníamos entonces”, sostuvo Eva, quien alcanzó a
despedirse de la mamá de Jorge, le acarició la panza en donde ya crecía él, y
recibió de ella un collar de regalo, que aún atesora: “Por suerte... y por
suerte también lo tendrás vos desde ahora”.
Eva fue la responsable de contar la historia de los
padres de Jorge aquel día de octubre pasado en el que hicieron, junto a Barrios
por la Memoria y la Justicia, el mosaico que desde ayer los recuerda en la
puerta de su último hogar. “¿Será que lo convocamos?”, se preguntó Cecilia en
relación con el flamante encuentro del hijo de ambos: “Hay algo mágico en esta
baldosa, un milagro de amor que definitivamente está sostenido por algo muy
terrenal: la lucha inclaudicable por la memoria, la verdad y la justicia”.
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